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La inclusión LGTBI
en España y la Unión Europea
a través de los datos

Inicio

Por Javier Conejero

A veces, como seres y como sociedad, podemos pensar que nuestros logros individuales y colectivos son eternos. Que serán legados a las generaciones del mañana y sumados a otros nuevos logros que, juntos, nos ayudarán a progresar y a ser mejores -y más felices- de lo que fuimos alguna vez.

Durante décadas, personas y colectivos LGTBI han luchado por visibilizarse primero, cuando permanecían en el delito, el ostracismo o la mentira a la que algunos llaman armario. Por ser despatologizados después, cuando los libros de medicina aún los llamaban enfermos y los medios los mostraban como tribu portadora. Por adquirir derechos más tarde, cuando formar una familia -o poder hacerlo- resumía el sueño del famoso diez por cierto. Por visibilizar, ahora, a aquellos que nunca salieron del delito, del ostracismo y de la mentira. Por no perder lo que parecía logrado. Por abrir todas las puertas que quedaban cerradas en esta gran casa llamada sociedad.

 

En la Unión Europea de los veintisiete, catorce países han legalizado el matrimonio igualitario, que posibilita la unión matrimonial de dos personas del mismo sexo y, en la mayoría de ocasiones, la adopción de menores. Frente a ellos, siete países han prohibido, normalmente con modificaciones constitucionales, el matrimonio igualitario entre sus ciudadanos. El resto se mueven entre posturas que van de la unión civil al reconocimiento de uniones celebradas en el extranjero, siempre enfrascados en el debate del próximo paso a dar o del próximo derecho a restringir.

 

Esta fotografía ya nos permite ver que la Europa a varias velocidades, la de la diversidad étnica y cultural, social y legal, también se da en lo referente a los derechos sociales y humanos. Podemos usar el estado del matrimonio como indicador no solo por su valor legal y social, sino por lo simbólico que fue como meta y consecuencia de la lucha de las personas LGTBI desde principios de siglo. Pero es conveniente entenderlo precisamente como eso, como un indicador más, y no como un derecho último ni equivalente a la igualdad plena.

Un nuevo mapa de Europa

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Buscando la fuente

Sí hay otros indicadores que pueden ayudarnos a profundizar en la situación. Indicadores basados en derechos, legislaciones y políticas, pero también otros que nos ofrecen vivencias y percepciones que cambian con el tiempo y reflejan la realidad más allá del texto legal. Si hablamos de los primeros, hay pocos indicadores con la profundidad y el valor de Rainbow Europe, un índice elaborado cada año por La Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex en Europa (ILGA Europe) en el que se puntúa a diferentes países europeos en función de 7 categorías. En el último informe, de 2022, la media de la UE suspende con 46 puntos sobre 100.

 

Esos 46 puntos no reflejan una realidad per se, pero sí resumen un fenómeno: una legislación que desiguala a las personas LGTBI respecto a sus contrapartes heterosexuales, y que, en septiembre de 2021, llevó al Parlamento Europeo a pedir que todos los países miembros reconocieran las “uniones del mismo sexo”, al menos las llevadas a cabo en un país donde sean legales. Solo unos meses antes, había criticado la ley húngara conocida como anti-LGTBIQ, acusándola de violar la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión.

 

Cuando hablamos de personas, los indicadores que nos ofrecen fotos fijas de las legislaciones en un momento determinado son insuficientes para conocer la realidad social. En un intento por solventar estas carencias, se han realizado en los últimos años una serie de estudios que nos arrojan datos sobre vivencias y percepciones. La mayor por tamaño y alcance está realizada, precisamente, por la Agencia Europea de Derechos Fundamentales (FRA), bajo el nombre ‘A long way to go for LGTBI equality’, lanzada en 2019, y que recoge el sentir de más de 140.000 ciudadanos homosexuales, bisexuales, trans e intersex en la UE.

Identidad
Mirada triste

IDENTIDAD

Imagina por un momento dejar de ser quien eres. O, más bien, ocultar quien eres: no compartir tus inquietudes, opiniones y tu ser mismo en un campo de tu vida. Con nadie. Esto le ocurre al 9% de ciudadanos homosexuales y bisexuales en la Unión Europea según el estudio ‘A long way to go for the LGTBI equality’. Estas personas no habrían compartido su orientación o identidad sexual con ninguna otra, ni amigos, ni familiares. Los datos se multiplican si ponemos la lupa en países restrictivos en materia de diversidad sexual, como Lituania o Rumanía, pero en ningún caso son inferiores al 5%. Nueve de cada 100 ciudadanos LGB en la Unión Europea viven dentro del armario. “A veces existe un alto precio a pagar por la visibilidad”, nos dice Charo Alises, activista por los derechos humanos y lesbiana residente en Málaga, España.

 

Dime donde estás…

Ocultar ciertos aspectos de nosotros mismos para encajar en un entorno social, comunitario o laboral determinado es, hasta cierto punto, un fenómeno habitual. Y esto puede llevarnos a una asimilación de los comportamientos y modelos de vida de las personas que nos rodean y, con ello, una negación de nosotros mismos.

 

Es lo que ocurre a más de un tercio de los europeos LGBTI en el trabajo, por ejemplo, uno de los ámbitos en los que mayor número de personas oculta su orientación o identidad sexual. “El trabajo es un ámbito complicado, se exige que muestres lo mejor de ti… y tu sexualidad puede no ser lo mejor para alguien”, nos dice Laura*, italiana y lesbiana de 37 años. Muchas empresas e instituciones trabajan en crear entornos seguros para la diversidad, pero las situaciones son tan variadas como el tipo de entidades. Al hablar de personas gestionadas por personas con sus propios valores y moral, la realidad es aún más compleja. “En mi decisión de hacer visible mi orientación sexual, lo que más influiría sería la percepción de mi superior. ¿Merece la pena arriesgar mi carrera por mostrarme como soy?” reflexiona Dimitri, gay de 35 años original de Francia. Nuestros vecinos mediterráneos son, precisamente, los dos países occidentales con mayor tasa de ocultación en el trabajo: el 32% de italianos y el 27% de franceses LGTBI evita compartir su orientación o identidad sexual en el ámbito laboral. El dato de Italia se sitúa en la media de la Unión Europea, del 31%. España está entre los cinco países donde este problema es más leve, ya que el esfuerzo de empresas e instituciones por visibilizar y normalizar la identidad y orientación de sus empleados parece estar funcionando: solo 2 de cada 10 españoles LGTBI lo oculta deliberadamente en su trabajo.

 

Si hay un lugar donde la visibilidad se reduce respecto al entorno laboral, es el colegio. En él, casi 6 de cada 10 europeos mantenía escondida su orientación o identidad sexual. “Hay cosas que están cambiando, hoy es más fácil. Pero hace unos años, ser abiertamente LGTBI suponía añadir una dificultad extra al ya de por sí complicado entorno escolar”, declara Diego Navarrete, periodista y gay, original de Jaén. El acoso escolar es, de hecho, una preocupación creciente entre padres y profesores. La ONG "Bullying sin fronteras" denunció que entre 2021 y 2022 se habían producido más de 11.000 casos de acoso en las aulas, solo en España. “El acoso escolar es un problema de toda la sociedad”, dice Mané Fernández, vicepresidente de la Federación Española de Asociaciones LGTBI+, trans y residente en Asturias. La homofobia se convierte, señala Mané, en una causa más de un problema mucho mayor que afecta a un colectivo especialmente sensible: “la amenaza del acoso escolar se combina con la dificultad de descubrir la propia identidad u orientación sexual en edades clave”, algo que explicaría las altas tasas de ocultación en el colegio.

 

Por último, hay un  lugar que llama la atención, especialmente desde la perspectiva de los países más avanzados en la materia: hasta el 13% de europeos evita ser abierto sobre su orientación o identidad sexual en el hogar, más de 1 de cada 10. “¿En casa? No lo aceptarían. Sería imposible. Una complicación inasumible”, según Tomi, chico gay de 18 años. Precisamente en su país, Hungría, ocultan su identidad u orientación en casa hasta 2 de cada 10 personas, cifra que aún queda lejos del 30% que alcanzan Chipre o los Países Bálticos. “La situación de las personas LGTBI en hogares homófobos es complicada, especialmente si hablamos de menores o de personas dependientes económicamente”, dice Charo Alises. España se sitúa en la media de la Unión Europea pero, puesto que los datos de los diferentes informes suelen referirse siempre a personas mayores de 16 años, la situación de los menores en hogares no-seguros es aún un problema poco identificado.

Donde no se "sale del armario"

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Más allá del LGB

Y, ¿qué ocurre con las personas trans? Esta es una pregunta que repetiremos en más de una ocasión a lo largo de este artículo. Por sus especial situación, el colectivo trangénero y transexual debe enfrentar problemas diferenciados -y, a veces, multiplicados- respecto al resto de personas no heterosexuales. Por ejemplo, 1 de cada 5 personas trans no han compartido con nadie su identidad sexual, diferente al género asignado de nacimiento. Mané Fernández nos habla de su vida antes de hacerse público como hombre trans: “los que estaban cómodos eran ellos, no yo”. Cuando huyó de su Chile natal a España para poder vivir libremente su identidad como persona trans, encontró una situación que aún distaba mucho de la plena libertad. Aún hoy, en España la media de personas trans que ocultan su identidad sexual está cerca de esa media europea del 20%. Superan esta media países como República Checa, desde donde Jakub, de 44 años, también hombre trans, nos cuenta lo siguiente: “Imagino y comprendo a las personas trans que no hacen pública su verdadera identidad. A veces la mentira, aunque menos liberadora que la verdad, hace las cosas más fáciles”. Cuando él decidió hacerse público, debió enfrentar el rechazo de personas cercanas: “Sencillamente, no lo entendían. Y eso les llevaba a odiarlo. Fue solo la propina a pagar por ser quien yo era, luego vino el precio completo” en un país, Chequia, donde su actual presidente declaró públicamente que las operaciones de cambio de sexo eran “un crimen inflingido a uno mismo”.

 

‘A long way to go for LGTBI equality’, el macroinforme del que estamos extrayendo buena parte de los datos, también incluye información sobre el colectivo intersex. Sus datos son, sin embargo, poco concluyentes, al no recoger la cantidad suficiente de sujetos en la mayor parte de países estudiados. La interesexualidad es la condición de aquellas personas cuyos cuerpos (cromosomas, órganos reproductivos y/o genitales) no se encuadran anatómicamente dentro de los patrones sexuales que constituyen el sistema binario varón/mujer, según un artículo del gobierno argentino. Esta definición consigue recoger la mayor parte de las sensibilidades de un colectivo invisibilizado “incluso dentro los que somos LGTBI”. Mané Fernández defiende que el desconocimiento de las realidades sexuales más allá del triángulo Lesbianas-Gays-Bisexuales es un área de mejora para todos. ILGA, en su Rainbow Europe, señala precisamente la interesexualidad como un punto negro de las legislaciones europeas en lo referente a despatologización y derechos específicos para la situación de estas personas. Los esfuerzos del Parlamento y la Comisión europeos y de diversas organizaciones han conseguido, no obstante, que en los últimos años se prohíban las intervenciones quirúrgicas en países como Alemania, o que Países Bajos se disculpe públicamente con las “víctimas de la esterilización”.

El desafío de las siglas

Cuestión de tiempo

Los tiempos y la educación nos transforman, ayudándonos a conocernos mejor y a mostrarnos con mayor valentía, “con más acceso a la información podemos optar a ser más abiertos”, según Charo Alises. Un estudio de IPSOS, publicado en 2019, nos dice que hasta el 18% de los menores de 25 años, conocidos popularmente como Generación Z, se identifican con orientaciones o identidades sexuales diferentes a la cis-heterosexualidad: es decir, a la correspondencia entre sexo real y nacido y a la preferencia por personas de diferente sexo. Estas cifras son el doble que en la generación anterior, los milennials, y multiplican por tres a las personas mayores de 50 años. ¿Evolución cultural o mayor visibilidad? “Puedes sentirte de muchas formas, pero solo puedes ser plenamente algo que conoces”, reflexiona Diego Navarrete. Los colectivos LGTBI reclaman que la educación en diversidad sexual es el camino no solo hacia una mayor tolerancia, sino hacia una mayor libertad para que las personas comprendan quiénes son desde que empiezan a tener conciencia de sí mismos: “Si no hubiera visto ningún referente cuando era pequeña creo que seguiría siendo quien soy. Pero haber conocido que no era la única me ayudó a ser un poco más valiente”, dice Anna, chica trans de 29 años natural de Alemania. Esta educación en diversidad sexual es apoyada, según el Eurobarómetro específico de 2019, por hasta el 64% de ciudadanos europeos, sea cual sea su orientación o identidad sexual, un dato que se incluye en la polémica en torno a la educación sexual en las aulas. “Entiendo ambas posturas. El sexo es algo íntimo, y es normal que las familias crean que es un tema a tratar en casa y no en el colegio”, opina Laura.

  Identidad #EnEspaña

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Sociedad
pareja homosexual

SOCIEDAD

En sociedad, los fenómenos individuales suelen estar influenciados por otros más amplios, englobados en comunidades y culturas que nos modelan y dan forma a nuestra vida. Así, los datos sobre la identidad y la visibilización que hemos visto hasta ahora puedan explicarse mejor si analizamos qué ocurre -y qué no- en la sociedad europea respecto a las personas LGTBI.

 

Son precisamente el 26% de estos ciudadanos los que creen que, en los últimos 5 años, la intolerancia homófoba ha crecido. Algunos países como Polonia, abiertamente restrictivos, arrojan datos que rozan el 70%. “Está en los medios, en el parlamento, en los discursos de los políticos. ¿Cómo no va a estar en la calle?”, se pregunta Janina, lesbiana de 33 años original de este país. En España, casi 4 de cada 10 ciudadanos LGTBI está de acuerdo con esta afirmación. Mané Fernández, sin embargo, no cree que haya un aumento real de la lgtbifobia, ya que “realmente ha crecido el discurso, no la propia intolerancia, que ya estaba ahí”. En una línea similar, Charo Alises cree que la reducción de la ocultación de las personas LGTBI ha podido traducirse en mayores muestras de intolerancia pública. Haciendo un recorrido por el mapa europeo, quizá el dato más sorprendente sea el de nuestro país vecino, Francia, donde más de la mitad de los ciudadanos LGTBI cree que la homofobia ha aumentado en este periodo. Dimitri duda si elegir una sola causa: “hay más visibilización, hay discursos públicos, ahora abiertamente homófobos, como ya había discursos abiertamente racistas o clasistas en Francia”.

 

La intolerancia tiene manifestaciones últimas, como el odio y la violencia. ¿Han aumentado estos en los últimos años? Lo veremos más adelante, pero la misma cifra de europeos LGTBI, el 26%, cree que sí, que ha aumentado. Y el 8% cree que lo ha hecho mucho. De nuevo, Francia y Polonia lideran este ranking en el que, ahora sí, España crece hasta el 50%. “Hay sensación de impunidad. De que los casos duran las horas que están en los medios y, luego, desaparecen”, opina Diego Navarreted, quien cree que el periodismo no está ejerciendo su función en la lucha contra determinados discursos.

 

El discurso

La principal razón para el aumento de la intolerancia y, en última instancia, del odio, son los mensajes políticos. Así lo creen más del 75% de españoles y hasta el 80% de húngaros y polacos LGTBI. En prácticamente todos los países se convierte en la principal razón, dato que contrasta, además, con las posibles causas del descenso de esta intolerancia y violencia: la visibilidad y el apoyo de los líderes. ¿Hasta qué punto hablamos de un fenómeno de acción-reacción? ¿A mayor visibilidad y apoyo público, mayor respuesta de odio? Charo Alises mantiene que, en efecto, la visibilidad es un factor importante en que tanto actos discriminatorios como agresiones crezcan, o parezcan estar creciendo, para un buen número de ciudadanos europeos, aunque a la vez inspiren a las personas LGTBI a ser ellas mismas y, por tanto, ser más visibles. “Se nos ve más y se nos odia más. Puede ser”, reflexiona Anna, de Alemania.

 

En cualquier caso, los discursos políticos y su influencia directa en la intolerancia son señalados tanto por ciudadanos y asociaciones LGTBI como por las altas instituciones europeas. La propia ILGA suspende a la mayoría de países de la UE en su gestión de este tipo de discursos y lenguajes “que ahora son públicos, están en tribunas y medios, están en la calle”, según Mané. Como ocurría con el círculo vicioso de la visibilidad, al entrar en los discursos podemos hacerlo también en un sinfín de preguntas para las que, seguro, cada uno tendremos una respuesta: ¿cabe el odio en la libertad de expresión? ¿Dónde marcamos exactamente qué es odio y qué no? ¿Son iguales todos los mensajes de odio? Sobre esta última pregunta, Charo Alises tiene una opinión clara: “En los delitos de odio es clave el autor. Un líder político no tiene la misma influencia que un ciudadano medio y, por tanto, sus palabras pueden causar más dolor”. El auge de la extrema derecha en Europa, con opiniones claramente conservadoras y restrictivas respecto a la visibilidad pública y los derechos de las personas LGTBI, ha venido acompañado en muchas ocasiones de mensajes denunciados como abiertamente homófobos. Partido de esta ideología gobiernan ya países y regiones a lo largo de la Unión: “En mi país esos discursos vienen del gobierno, el mismo que han votado todos los húngaros, y a muchos no parece importarles que ataquen directamente a parte de la población”, entre la que se incluye Tomi.
 

¿Reflejo de la sociedad?

El carácter de ciertos gobiernos, como los de Hungría y Polonia, podría explicar que casi la totalidad de las personas LGTBI en estos países opine que sus gobiernos no responden a sus necesidades ni combaten la intolerancia. Pero es algo que opinan, de hecho, casi 7 de cada 10 europeos, y una cifra similar de españoles. “Podemos tener las herramientas en forma de leyes, pero de nada sirven si no les damos uso”, cree Mané Fernández. España cuenta, en efecto, con una serie de legislaciones LGTBI a nivel regional, y con varias propuestas a nivel nacional como la nueva Ley Trans, que dividió incluso a los partidos progresistas en el gobierno y a los movimientos feministas a lo largo del país. Muchas de estas leyes requieren de dotación presupuestaria, administrativa y de personal para que sean útiles para la sociedad. Como denuncian diferentes asociaciones en todo el continente, las leyes sin dotación, incluso en países con gobiernos abiertamente progresistas o incluso LGTBI-friendly, no llegan a cubrir a todos los ciudadanos que las necesitan. “A veces tenemos a asociaciones intentando llegar a donde no llegan las instituciones, pese a que se hayan apresurado en aprobar una ley”, reflexiona Charo Alises.

 

Tomi nos comentaba que, aunque el Parlamento Europeo reclame a países como Hungría por sus leyes homófobas, hay que pensar que se trata de gobiernos votados por sus ciudadanos. Y es cierto, podemos caer en el mantra de echar la culpa a los poderes públicos. Pero, ¿cuánto y cómo de abiertos y tolerantes somos, como sociedad europea, respecto a la diversidad sexual? Según un Eurobarómetro de 2019, el 76% de ciudadanos de la UE considera que las personas LGB -importante la ausencia de la T y la I- deben tener los mismos derechos que los heterosexuales. Una media bastante alta que se explica por los datos de los países nórdicos y occidentales, donde la respuesta afirmativa supera el 80 y hasta el 90%. En los países más restrictivos, como Eslovaquia, Rumanía y Bulgaria, los porcentajes caen radicalmente. Como vemos, la relación entre opinión pública, legislación y percepción política comienza a parecerse, y cabe preguntarse si también lo hace en los países más tolerantes y permisivos. ¿Pueden los mensajes y discursos de odio estar amparados, y probablemente dirigidos, a ese 20 o 10% que no está de acuerdo con una igualdad plena de derechos?

¿Ha crecido el odio en Europa?

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  Sociedad #EnEspaña

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Discriminación
pareja viajando

DISCRIMINACIÓN

Hay palabras que subyacen en las vidas de las personas LGTBI a lo largo y ancho de la Unión Europea, independiente de si viven en un país más tolerante o en uno más restrictivo con la diversidad sexual. Una de estas palabras, tan amplia como la propia realidad, es discriminación. Al contrario de lo que pueda parecernos según algunos mensajes políticos o desde nuestras perspectivas particulares, la discriminación de las personas por su orientación o identidad sexual no es un problema aislado. Tampoco es un fenómeno percibido únicamente por las personas afectadas. Alrededor de la mitad de ciudadanos europeos en general cree que existe discriminación por motivos de diversidad sexual en sus países, según el Eurobarómetro específico de 2019.

 

“¿Qué derechos tengo yo que no tengas tú?”

Charo Alises resume en esta pregunta una actitud que, probablemente, se han encontrado muchas personas LGTBI a lo largo de su vida, al menos si residen en un país como España. La ausencia de políticas directamente homófobas y la presencia de leyes que garantizan derechos básicos como el matrimonio y la paternidad llevan a pensar que todo está conseguido.

 

Quizá nos sorprendería la respuesta de hasta 62% de los europeos: “No tengo el derecho a ir de la mano con mi pareja por la calle sin sentir miedo”. Esta imagen tan clara nos ayuda a ilustrar una realidad, la del miedo, que emana directamente de la discriminación. “¿Ir de la mano con una chica? Quizá pensarían que somos amigas”, dice Janina, en cuyo país, Polonia, evitan darse la mano por la calle hasta el 83% de personas LGTBI. Francia es el país occidental con mayor tasa: hasta 7 de cada 10 franceses evitaría darse la mano con una pareja del mismo sexo. Entre ellos, está Dimitri: “Sería como una provocación. Quizá no en un bulevar de París, pero sí en una calle cualquiera de otro departamento”. Ambos testimonios ilustran dos asuntos. Uno es el del género, y es que según un estudio de IPSOS, las reacciones son diferentes al ver a dos chicas y a dos chicos cogidos de la mano. La diferencia es de un 4% a favor de las primeras, aunque en ambos casos solo la mitad de ciudadanos de la UE se sentiría relativamente cómodo con la visión. “Las mujeres lesbianas han enfrentado históricamente  una doble invisibilización: como mujeres y como personas LGTBI”, dice Mané Fernández.

Miedo a...

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Otro asunto importante es el de los lugares. 1 de cada 3 europeos LGTBI evita determinados sitios por miedo a ser insultado o acosado. Los sitios más comunes son el transporte público y la calle, pero también aparecen listados el trabajo y el hogar. Lugares que, recordemos, ya eran percibidos como entornos poco seguros por un importante porcentaje de personas. El trabajo es especialmente sensible en materia de visibilización, y lo es también cuando hablamos de discriminación. El 28% de europeos -cifra muy similar a la de españoles- han experimentado actitudes generalmente negativas hacia su orientación o identidad sexual, más de la mitad en países como Grecia y Chipre. “Cuando supieron que era lesbiana, la mayoría de compañeros actuaron bien. Sin embargo, para otros se convirtió en su único tema de conversación conmigo”, nos cuenta Laura, de Italia. En el caso contrario, Tomi notó como, en su primera experiencia profesional, las relaciones sociales con sus compañeros se resintieron. “Incluso cuando mi homosexualidad no era totalmente pública, ya se había convertido en el motivo de las burlas en el trabajo”, nos dice. Tras un acto de discriminación, la solidaridad o el apoyo por parte de los colegas de trabajo aparece solo en la mitad de los casos, pese a que es valorada positivamente por la mayor parte de europeos. Diego Navarrete destaca el papel de los aliados, especialmente en entornos como el laboral o el escolar. Y es que aunque cree que la sociedad "tiende a evitar el conflicto", también ante casos de homofobia y discriminación, defiende la importancia de contar con "compañeros que no te defiendan solo por ser tú, sino porque creen en la diversidad y en la tolerancia". Esto crea entornos seguros para todas las personas, especialmente necesarios en lugares con climas laborales, escolares o sociales menos tolerantes.

 

¿Y qué hay de las personas trans, experimentan problemas extra? El 20% de ellos evitan expresar su género a través de su apariencia física, siempre o frecuentemente, por miedo a ser, igualmente, insultados o acosados. En el ámbito laboral, su situación es mucho más compleja, ya que sus tasas de paro alcanzan cifras superiores al 75%. En España, por ejemplo, el 42% de las personas trans dicen haberse sentido discriminadas por su identidad sexual, y 9 de cada 10 intentan ocultarla a toda costa en el ámbito profesional, según un estudio de REDI, la Fundación 26 de Diciembre y la Fundación LLYC. Tanto Mané Fernández como Charo Alises coinciden en señalar que las personas trans aún enfrentan problemas básicos en aspectos como la atención sanitaria o la búsqueda de trabajo.

 

Una respuesta

Quizá ahora podríamos responder a esa pregunta de “¿Qué derechos tengo yo que no tengas tú?”. Y es que vemos como la discriminación afecta directamente a las personas LGTBI incluso cuando el marco legal, en muchos de los países occidentales de la UE, intenta igualarlas. Podemos imaginar que, en entornos más restrictivos, con leyes que limitan abiertamente la diversidad sexual, su visibilización y la solución de sus problemas, la pregunta puede resultar simplemente innecesaria.

 

Pero la discriminación no siempre es activa, y ni siquiera ha de manifestarse en miedos directos, actos y actitudes discriminatorias o leyes anti-LGTBI. A veces, la discriminación es pasiva y se realiza mediante la no-visibilización o la no-aportación de herramientas necesarias, o permitiendo actos contrarios a la identidad como las terapias de conversión. Aquí, ILGA señala en su Rainbow Europe como la UE también suspende, negándose la mayoría de los países a igualar los derechos de las personas trans o intersex. Entre los derechos que observa ILGA están el reconocimiento legal del género o la integridad corporal de las personas intersex, especialmente durante la infancia, así como la existencia de medidas de reparación para las personas que recibieron intervenciones médicas no autorizadas. También destaca negativamente la escasa legislación de la paternidad trans, y existe un importante apartado, el de asilo, que cobra especial importancia cuando suceden fenómenos como los recientes conflictos en Siria y en Ucrania. Mané Fernández denuncia, por ejemplo, las dificultades que están enfrentando las personas LGTBI ucranianas que han de abandonar el país, personas “que ya llevan años acumulando abusos y discriminación por parte de las leyes ucranianas”.

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El fenómeno del sexilio

La presencia de países ampliamente más restrictivos que otros, incluso en un espacio de convivencia común como la UE, explica que hasta el 13% de las personas LGTBI entrevistadas por la Agencia Europea de Derechos Fundamentales declaren haberse desplazado de su país para casarse o registrar su paternidad. Este fenómeno es conocido como exilio sexual o sexilio: una emigración del país, la región o el entorno de nacimiento en búsqueda de espacios seguros en los que vivir la orientación o identidad sexual. El término fue creado por el sociólogo puertorriqueño Manolo Guzmán en 1997, y Mané Fernández lo conoce de primera mano, pues huyó de la dictadura de Pinochet, en Chile, para poder vivir “y salvar la vida”.

 

Incluso dentro de países generalmente tolerantes, como España, el sexilio rural se ha convertido en un fenómeno cada vez más referido en medios y estudios. La llamada España vaciada y los municipios pequeños suelen ser entornos con menos referentes y personas diferentes, un acceso mucho más limitado a lugares de ocio, y, generalmente, con un mayor peso de la tradición y de los roles de género. No existen cifras sobre este tipo de migraciones en nuestro país, si bien diferentes asociaciones de ámbito rural reconocen que el deseo de vivir su sexualidad en entornos seguros es una de las principales razones de que los más jóvenes se marchen a vivir a las grandes ciudades. En paralelo, existen iniciativas para repoblar la España vaciada a través de la educación y la diversidad sexual, convirtiendo los pueblos y provincias menos poblados en lugares seguros para las personas LGTBI.

Odio

  Discriminación #EnEspaña

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Celebraciones del Orgullo Gay

ODIO

Si hay una forma última de expresar la discriminación y la fobia, esta es el odio y la violencia.  Y si hay un dato que preocupa a las asociaciones y que, quizá, debería preocuparnos a todos como sociedad, es no solo el de agresiones, si no la falta de denuncias.

 

En la UE, según la Agencia de Derechos Fundamentales, el 92% de ciudadanos LGTBI jamás ha denunciado una discriminación homófoba que ha sufrido previamente. Ojo, porque ningún país, independiente de su situación en materia de derechos, logra alejarse de del 90%. Es llamativo cuando casi 4 de cada 10 europeos habría recibido algún tipo de acoso homófobo, mayoritariamente verbal, pero también no verbal o virtual.

 

A veces el odio no queda en insultos y se traduce en agresiones físicas. Quizá estas son las más mediáticas, especialmente en la Europa occidental que creía vivir un sueño de derechos sociales. En la UE el 5% de personas LGTBI declaran haber sufrido violencia física por razones homófobas en los últimos doce meses, dato que crece hasta el 30% si tenemos en cuenta los últimos cinco años. Las denuncias son, de nuevo, reducidas: solo se denunciaron dos de cada diez casos. Las consecuencias de esta violencia pueden ser diversas, e ir desde aspectos psicológicos hasta ingresos hospitalarios, en los que acaban el 7% de agresiones en la Unión. El miedo aparece, de nuevo, como otra de las principales consecuencias.

 

Un cálculo complejo

Entre las principales razones de esta falta de denuncias se encuentran la propia convivencia con la violencia y el odio, que lleva a muchos a afirmar que “no se trata de asuntos importantes” o “nadie podría haber hecho nada”. Mané Fernández reflexiona que quizá las personas LGTBI hayan normalizado la violencia. Jakub, persona trans y checa, ilustra esta situación contando cómo ha sufrido discriminación directa en múltiples ocasiones que no ha denunciado, precisamente, por verlo como algo normal.

 

Otras de las causas más señaladas es el miedo a represalias, especialmente en entornos pequeños, y a la visibilidad -miedo, una vez más- expresado en la opción “no quiero revelar mi orientación o identidad sexual”. Mané Fernández nos cuenta cómo muchos de los casos que llegan a las asociaciones no terminan en denuncia porque las personas temen exponerse públicamente. Y hacerlo, además, ante los cuerpos de seguridad, en los que desconfían más del 20% de las personas LGTBI en la Unión Europea. “En ocasiones, hablamos incluso de personas extranjeras, que enfrentan problemas extra como el idioma o el miedo a ser deportados o detenidos”, nos cuenta Charo Alises. Anna reconoce que hasta en su país, Alemania, se ha negado a denunciar un caso de agresión física “por miedo a ser expuesta sin ser escuchada”. Con todo esto, la policía recogería una cifra muy limitada de las denuncias totales que son, por sí mismas, escasas. 

 

Con unas cifras de denuncia tan bajas, se antoja imposible medir el alcance real de la discriminación y la violencia de naturaleza homófoba. Si cogemos el caso de España, por ejemplo, el Ministerio del Interior reportó 259 denuncias por motivos de odio homófobo en 2019, año en el que la Federación de Asociaciones LGTBI+ registró hasta 971. Teniendo en cuenta que, según la Agencia Europea de los Derechos Fundamentales, solo el 7% de los casos habrían sido reportados, el número de actos de discriminación en España podrían haber superado los 13.000. Un cálculo bruto, pero que nos ayuda a visualizar las dimensiones del fenómeno.

¿Por qué no se denuncia?

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Donde esté la violencia

Ya hemos hablado de dos entornos que preocupan en materia LGTBI, entornos especialmente sensibles por la vulnerabilidad que tienen, en muchas ocasiones, las personas que se encuentran en ellos. Uno es el colegio o el instituto, uno de los ámbitos con mayor presencia de la discriminación y el acoso por motivos homófobos: el 67% de los europeos LGTBI afirma haber recibido algún tipo de acoso por este motivo durante su etapa escolar. Cifra que en España, por ejemplo, alcanza el 50%. El CIS arroja un dato similar, que 3 de cada 4 españoles, independientemente de su orientación o identidad sexual, ha presenciado este tipo de violencia en las aulas.  Ya vimos que estos casos forman parte de un problema aún mayor, el del bullying, que se apalanca en diferentes razones para manifestarse contra los más débiles. “Marica es una palabra que aún usamos hoy en el patio del colegio. Está normalizado”, dice Diego Navarrete, "llamar marica al que no juega bien al fútbol". Define el entorno educativo como una etapa que aún puede ser muy oscura para las personas LGTBI, pero en la que "poco a poco vemos luces".

 

El otro entorno que nos preocupó, ya desde el principio del artículo, es el hogar. Hasta el 6% de agresiones homófobas en la UE se produce en este ámbito, con cifras que se acercan al 20% en muchos de los países. “Mi primera paliza fue en casa. Entonces comprendí que mi casa no era el lugar seguro que siempre había pensado”, nos cuenta Tomi. Un caso muy similar, aunque muchos años después, al de Jakub, que se marchó de casa incluso siendo menor de edad. “Hablar del hogar es muy complejo, especialmente cuando involucramos a personas menores o dependientes económicamente de una familia abiertamente homófoba”, reflexiona Charo Alises. Mané Fernández denuncia, por su parte, el incremento de denuncias y reportes que registró la Federación LGTBI durante el confinamiento de la primavera de 2020. “Ahí comprendimos que, muchas veces, el agresor, el ejecutor del odio, estaba en casa”.

 

No podemos hablar de un fenómeno social en 2022 sin incluir las redes. Hoy, internet y realidad confluyen, de ahí que preocupe el aumento de delitos homófobos en estos canales que, solo en España, es del 90% interanual según datos del Ministerio del Interior. Los datos nos cuentan que las cifras en la UE son muy similares, con un alto índice de homofobia en la red y, sobre todo, una importante tasa de repetición. “Las redes sociales son el patio de vecinos en el que contamos lo que sentimos. Ahora el anonimato nos da la excusa para que todos los filtros desaparezcan”, reflexiona Mané Fernández, quien no cree que Internet haya hecho crecer el odio, solo ha actuado como altavoz. Como altavoz infinito, señala Charo Alises, para quien “aún no tenemos conciencia de la repercusión de lo que dejamos caer ahí”. Tomi, Dimitri, Janina, Laura, Jakub y Anna, todos ellos han experimentado en algún momento la homofobia a través de internet y las redes sociales. A veces es un ataque gratuito: “subes una foto y ahí está”. Otras, la respuesta ante una argumentación que están perdiendo, en un lugar donde los debates cobran carácter casi vital: “al final, su forma de invalidarte es atacar tu orientación sexual. No sé si es odio o ignorancia”.

 

El precio a pagar

Hemos visto cuál es el precio a pagar para las posibles víctimas: desde el miedo a visibilizarse hasta la violencia, a veces incluso en el propio hogar. Del precio a pagar para los agresores hemos podido hablar menos. Es importante la figura del autor del discurso y del ejecutor de la discriminación o la violencia. Es importante que los mismos puedan ser identificados y sus hechos denunciados. “Aquí es vital el papel de los cuerpos y seguridad del estado, sus preguntas son las que realmente identifican el delito de odio”, según Charo Alises, que pone en valor el esfuerzo formativo que está realizando la policía en nuestro país. Y es importante que las consecuencias sean reales y desaparezca toda sensación de impunidad. “Tenemos las leyes pero, ¿se cumplen?”, se pregunta Mané Fernández, quien también insiste en la importancia de que las posibles penas no se limiten a lo económico. Sobre estas leyes, ILGA se muestra pesimista y puntúa a la UE con 36 puntos sobre 100. La falta de políticas que regulen los mensajes de odio, y la presencia de los mismos incluso desde las tribunas públicas y políticas y desde los gobiernos, alejan a Europa de un futuro inmediato sin homofobia.

  Odio #EnEspaña

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#enEspaña
Banderas del orgullo

#ENESPAÑA

Como hemos visto, España es uno de los países europeos más avanzados en materia de derechos LGTBI, pero se enfrenta a problemas similares a los del resto de la UE: el auge de los discursos de odio, la falta de visibilización de parte del colectivo, especialmente de las personas trans e intersex, el retraso en las legislaciones específicas y, desde luego, la falta de denuncias de las agresiones y discriminaciones homófobas.

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En nuestro país, y tras la aprobación de la Ley LGTBI de Castilla-La Mancha, solo Asturias y Castilla y León no cuentan con legislación específica en este aspecto. Entre el resto de comunidades, algunas incluyen protocolos y actuaciones para personas lesbianas, gays y bisexuales y otras contemplan además al colectivo trans. Sin embargo, aspectos como las terapias de conversión o la despatologización de las personas intersex no quedan recogidas en todas ellas.

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Charo, Mané y Diego nos hablan sobre el Derecho a ser en España en este reportaje, que recoge los vídeos de cada sección. Puedes verlo o escucharlo.

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Identidad, sociedad, discriminación, odio. Los derechos de las personas lesbianas, gays, trans, bisexuales e intersex en la Unión Europea enfrentan problemas propios que se suman a los del resto de la población. La visibilización se cobra, a veces, un precio social, laboral o incluso físico. Los discursos de odio en la tribuna o la red pueden afectar directamente a la vida de las personas. La discriminación no siempre requiere de un insulto. El odio queda muchas veces impune. Y la Europa a varias velocidades lo es también cuando hablamos de derechos sociales y humanos. Es evidente que hemos avanzado mucho, que la situación en los países occidentales es muy positiva en comparación a aquellos más restrictivos. Y qué, aún así, existen lugares en el mundo en el que la cárcel y la muerte son la única respuesta a la diversidad sexual. Pero quizá no debamos olvidar que 10, 5 o 1 por ciento no son simplemente datos. Quizá tengamos que recordar que tras cada 10, tras cada 5 y tras cada 1 por ciento se esconde, al menos, una persona. Una persona que sufre, una persona que vive, aún hoy, incluso en Europa, sin el derecho a ser.

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Cuando hablamos de derechos humanos, cada persona cuenta: no podemos conformarnos con nada que no sea un 100% de inclusión, de igualdad, de libertad.

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