Este 25 de mayo se celebró mundialmente el 'Orgullo friki', un día que ha ido perdiendo protagonismo frente a otras citas propias de la cultura geek: ferias como el E3, estrenos de cine, días de las diferentes sagas de ficción asociadas habitualmente a lo friki... Pero, a decir verdad, puede que sea la propia frontera que separaba lo friki del resto del mundo la que ha ido disipándose. Fenómenos como Pokémon GO, Los Vengadores o el regreso de Star Wars y Jurassic Park; sumado al liderazgo absoluto de los videojuegos en el mercado del entretenimiento, han convertido lo friki en lo pop. Así que vamos a quitarnos la mochila de Darth Vader y el colgante de la Trifuerza para unir lo geek con lo in en un solo concepto: el fenómeno fan.
A lo largo estos casi 27 años, he sido fan de muchas cosas. No todas se han quedado conmigo conforme he ido creciendo, pero lo cierto es que la mayoría han seguido ocupando un hueco que, en plena ola de nostalgia cultural, reclaman con más fuerzas que nunca. Hoy quiero repasar los productos culturales que marcaron una época, los que han dejado huella en mi vida, y los que me han sorprendido últimamente.
Cine
Reconozco que siempre he sido un chico Disney. Los clásicos y nuevos clásicos de la factoría del ratón eran casi imprescindibles en la infancia de los que crecimos en los 90. Títulos como Mulán, Hércules o El Rey León marcaron una década en la que otros estudios de animación y cine familiar intentaban seguir el paso (con resultados más o menos interesantes). No obstante, y mirando atrás, me atrevería a decir que la película Disney que marcó mi infancia fue Toy Story, cuyos verdaderos padres eran los chicos de Pixar. Es, junto a La Cecinienta como ejemplo de lo clásico y Mulán de lo puramente animado, mi película favorita del estudio que nos hizo y nos quiere seguir haciendo soñar.
Toy Story marcó una época en mi vida, pero mis dos películas favoritas distan mucho de la primera gran obra de Pixar. Por una parte, descubrí Psicosis, el archiconocido film de Hitchcock, en una clase de Psicología en 4º de ESO. La banda sonora, la ambientación, el giro dramático y la personalidad que derrocha esta película (¿no sería peliculosidad?) terminaron convirtiéndola en mi favorita de todo los tiempos. Por otra parte, reconozco que no recuerdo cómo ni donde descubrí El castillo ambulante, mi obra de animación preferida. Seguramente derivó de mi interés por Ghibli después de descubrir, con cierto retraso, El viaje de Chihiro. Pero llegó, y con el tiempo se convirtió en esa película indispensable que debo ver cada 2 o 3 meses, preferiblemente en pleno proceso reflexivo.
¿Y últimamente? El año pasado fui un fan incondicional de Your name, otra joya de la animación japonesa. Sin embargo, en los últimos meses diría que no hay película que me haya marcado más que... (redoble de tambores): Black Panther. No soy capaz de dar una explicación: sencillamente es una película entretenida, repleta de guiños a la cultura afroamericana, y que llegó en un momento en el que necesitaba más cómics de superhéroes que historias dramáticas. Por cierto, he de hacer un nuevo guiño a lo clásico para nombrar Ladrón de bicicletas.
Podría hablar de sagas pero... ¿no sería más conveniente una entrada dedicada solo a ellas?
Videojuegos
Tampoco hablaré de sagas en este apartado. Los 90 fueron una etapa de transición en los videojuegos: las ya por entonces clásicas NES y GameBoy convivían con SuperNintendo y Sega MegaDrive, que a su vez iban dejando paso a conceptos más avanzados como PlayStation y Nintendo64. Play fue, precisamente, mi primera videoconsola propia, y en la que pasé horas jugando a Spyro, Crash Team Racing o Medievil. Cualquiera de ellos podría ser "el juego que marcó una era", pero hubo uno que los eclipsó: Pokémon Oro y Plata. Ya dediqué una entrada completa a estos juegos cuando fueron relanzados para Nintendo 3DS.
El tiempo pasó y, coincidiendo con la época en que descubrí la que luego sería mi película favorita, llegó Kingdom Hearts II. No soy capaz de analizar este juego de forma objetiva. De hecho, ni siquiera he intentado rejugarlo con demasiado interés. Esos retazos de tardes y fines de semana jugando a KH2 han quedado cosidos a mi adolescencia de tal manera que no puedo separarlos sin que pierdan, en gran parte, su sentido.
Recientemente, mi experiencia con los videojuegos ha estado unida a dos plataformas: Nintendo 3DS y Switch. La primera ha continuado aportando experiencias a mi saga favori... vale, dije que no hablaría de sagas. La segunda me ha invitado a jugar a géneros que llevaba sin tocar desde la era de PlayStation. Sin duda, el juego más destacable de su primer año y medio de vida ha sido The Legend of Zelda: Breath of the Wild. Pero también le dediqué una entrada, y ha habido una obra que me ha sorprendido aún más en los últimos meses: Xenoblade Chronicles 2. Su gran historia, un sistema de combate tan poco práctico como adictivo, su mundo enorme y vivo, el carisma de sus personajes y la mejor banda sonora del pasado año hablan por sí solos de esta japonesada que ha conquistado a medio mundo.
Aún no me creo que haya dedicado tres párrafos a hablar de videojuegos sin una sola mención a Los Sims... pero qué sería de la futura entrada sobre sagas, sin la saga de las sagas.
Literatura
Comencé a leer Harry Potter una tarde cualquiera. Y lo dejé antes de terminar el prólogo. Unos meses más tarde, vi la película y un nuevo mundo se abrió ante mí. Desde entonces, devoré los libros. El tercero de ellos, El prisionero de Azkaban, fue sin duda el que marcó mi infancia.
Pasaron varios años hasta que leí mi libro favorito. Lo encontré un día en un rastro, y lo compré por mero coleccionismo. Sin embargo, me bastó con empezarlo para comprender por qué es considerada una de las principales obras literarias de todos los tiempos: hablo de Hamlet. Leerlo es desconectar de tu mente para entrar en la del protagonista, sintiendo la belleza que se esconde en su degradación y la cordura de cada uno de sus actos erráticos.
Como el resto de hobbies, la lectura puede pasar por rachas en las que no te apetece abrir un libro. Reconozco que me ocurrió, hasta que a principios de este año decidí hacer un pequeño esfuerzo y dedicar mucho más tiempo a leer. Las maravillas no tardaron en llegar. Primero con el canto de El Ruiseñor, una historia en la Francia ocupada por los nazis; luego con La sal y La luz de la Tierra, un viaje a la Alta Lorena del siglo XII. Y, tras pasar por otros tantos destinos, llegué a Calcuta con La ciudad de la alegría. Sin duda, es este último el que más me ha impactado en los últimos meses, pero debo reconocer que la duología de Daniel Wolf supo cautivarme y hacerme devorar sus páginas. Vale, lo cierto es que no puedo elegir.
Series
Las series que marcaron mi infancia fueron, como no podía ser de otra forma, de animacion. Una curiosa mezcla entre animes japoneses, series españolas y la todopoderosa Los Simpson me acompañaban al desayunar, almorzar y merendar. Sin embargo, fue sin duda Sailor Moon la que marcó mis primeros años. Chicas normales, incluso torpes, que salvaban al mundo después de clase... ¿puede sonar mejor para un chico normal, e incluso torpe??
La animación también domina mi podio de series favoritas. A Los Simpson se suma Death Note, anime que descubrí, precisamente, en la misma época que el videojuego y la película que, aún hoy, siguen estando por encima de ningún otro. Las causas que hacen de Death Note una cuasi-obra maestra, en esta entrada. Aquí se cuela una serie de imagen real, bastante desconocida: In the flesh. La historia de un zombie homosexual reinsertado en un entorno rural tras ser deszombificado. Sí, como suena. Una historia dramática, con una ambientación y fotografía sublimes, y una sarta de impecables reflexiones sobre la intolerancia.
Últimamente, ficción es sinónimo de Netflix. Dos de sus propuestas, Stranger Things 2 y Por 13 razones, han estado entre las series que he seguido con más atención. Sin embargo, la sorpresa de la temporada ha sido, para mí, una serie española: La Otra Mirada. Nuevamente, una fotografía sorprendente, y una habilidad única para despertar el feminismo del siglo XXI en la Sevilla de 1920.
Música
Y tenemos que hablar de música. Reconozco que aquí me cuesta separar por periodos temporales, así que vamos a contarlo de otra forma, empezando por hablar de álbumes. ¿Cuál es el álbum que me marcó en una época? Sin duda 200 km in the wrong lane, de t.A.T.u.. Fue la banda sonora de mi adolescencia, y hoy sigue estando entre mis favoritos. En los últimos años, el que he escuchado (y vivido) hasta la saciedad ha sido ANTI, de Rihanna. Y así las cosas, ¿cuál es mi disco favorito de todos los tiempos? 200 km, ANTI, Thriller, Rated R, Artpop, DAMN., Take care... Creo que me quedaría con Lioness: Hidden Treasure, el álbum póstumo de Amy Winehouse. No es el compendio perfecto, pero cada una de sus pistas son pura vida después de la muerte.
Hablando de pistas... Mi canción favorita lo es gracias a una película que, entre otras muchas cosas, gira precisamente entorno a una versión de este tema. Se trata de Take me home, country roads, de John Denver (la película es Susurros del corazón). Es el tema perfecto para esas tardes de morriña en las que tu único deseo es volver a casa. Otra canción que marcó una época en mi vida, hace ya 6 años, fue Diamonds, de Rihanna, la banda sonora de una de las etapas más bonitas de mi vida. Y, recientemente, me gustaría hablar de Song Cry y Anywhere, ambas de 2017, y de All the stars. Son de August Alsina, Rita Ora, y Kendrick Lamar y SZA, respectivamente.
Por último, pasamos a cantantes. Mis vocalistas favoritos de todos los tiempos son Rihanna, Amy Winehouse y Adele. con una mención especial a Michael Jackson. Son, sin duda, los que más han influido en mi vida como cantantes y como personajes públicos. No obstante, últimamente he descubierto joyas como Kendrick Lamar, The Weeknd o Dua Lipa, que se suman a otros de mis preferidos en esto de poner voz y música a la vida y a sus momentos, que es de lo que se trata.
Hasta aquí este segundo repaso a mis favoritos de la cultura pop. O de la cultura geek.
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