La violencia contra las mujeres, violencia de género o violencia machista, términos de extendido uso popular y mediático pese a las pequeños grandes matices que existen entre ellos, es reconocida como uno de los principales problemas sociales en la actualidad. Lo es, al menos, por la mayor parte de instituciones de diferente ámbito, incluido el Gobierno de España, la Unión Europea y Naciones Unidas. A pesar de que en los últimos años algunos movimientos políticos o ideológicos han expresado su preferencia por otros términos o conceptos, como violencia intrafamiliar, matizando a su vez la incidencia y gravedad del problema, si suponemos que el periodismo no puede, o al menos no debería, obviar su compromiso con los valores democráticos y con la igualdad y dignidad del ser humano (Consejo de Europa, 1993), la lucha activa contra la violencia hacia las mujeres parece difícilmente prescindible.
Si observamos las diferentes resoluciones de instituciones internacionales como el Consejo de Europa antes citado o la UNESCO, las guías e informes de entidades y consejos audiovisuales, los estudios sobre cobertura mediática de la violencia de género o las guías de estilo de determinados medios, podemos encontrar una serie de pautas comunes en el tratamiento de este problema social. No obstante, la mayoría de las pautas propuestas presentan diferencias o son casi exclusivas de determinados sectores. A continuación, y partiendo del análisis de diferentes noticias y publicaciones sobre violencia de género en nuestro país, proponemos 5 pautas que podrían ser de uso común para mejorar la forma en que se trata este tema. En dos de las propuestas hemos querido prestar más atención a las informaciones que ya lo están haciendo bien, aunque sean escasas, para ver cómo podemos mejorar y profundizar sobre estos primeros grandes pasos.
No vale cualquier palabra: el lenguaje inclusivo y responsable
Actualmente existe un debate sobre el lenguaje inclusivo, especialmente en aquellas lenguas, como el castellano, que cuentan con una marcada variedad de género y en el que el masculino ejerce como genérico. La propia Fundación del Español Urgente habla del lenguaje inclusivo como “Para unos, la última frontera del idioma, un territorio en el que hay mucho en lo que trabajar y mucho por lograr. Para otros, una reivindicación estéril que aleja el foco de problemas más importantes, cuando no directamente una opción que se rechaza de manera frontal.” (Fundéu, 2019). Sea como sea, la inclusión y la responsabilidad en el lenguaje van más allá del uso de arrobas, equis y formas de nueva creación, especialmente cuando lo relacionamos con un problema social como la violencia de género.
Veamos este caso, una noticia publicada en el diario digital El Español en septiembre de este año y titulada ‘Una mujer en silla de ruedas, asesinada a martillazos dentro de una casa okupada de Jerez’. El titular ya nos deja algunos ejemplos de qué-no-hacer, incluyendo términos y expresiones como “en silla de ruedas”, “a martillazos” y “dentro de una casa okupada”. A continuación, la noticia introduce una alusión directa a la “supuesta nacionalidad rumana” del agresor, y repite las alusiones a que ambos eran rumanos, okupas (“en una casa ocupada de Jerez”, esta vez con “c”), de clase baja (“ella era conocida por ejercer la mendicidad”). Completa la información con una nueva alusión muy gráfica al homicidio “con un martillo que el homicida estampó en la cabeza de la víctima”; a la discapacidad -desconocemos si temporal o permanente- de dicha víctima, “imposibilitada en una silla de ruedas”. Por último, la noticia está incluida en Sucesos y etiquetada como “asesinatos” (¿no hablábamos de “el homicida”?) y “violencia de género”.
La noticia cae en varios usos cuestionables desde determinados puntos de vista, como es destacar constantemente los factores socioculturales de víctima y agresor (nacionalidad, clase social, estilo de vida) (CAA, s.f. Y Consejo de Europa, 1993), usar expresiones extremadamente gráficas (CRTVE, 2010) y violentas tanto en el titular como en el cuerpo, que además deshumanizan el caso (CAA, s.f.), enfocar la noticia como un suceso (CRTVE, 2010) o tratar con descuido la presunción de inocencia (“se investiga como violencia de género” y “homicida”, pero etiqueta “asesinatos”). Y, en todo caso, no existe seguimiento posterior de la noticia, reducida a una nota con más suposiciones que informaciones. Estos usos nos alejan de lo que llamaríamos un lenguaje responsable, pero leyendo la noticia en profundidad tampoco encontramos un uso inclusivo del lenguaje. Ni desde una perspectiva funcional (“en silla de ruedas” o “incapacitada”, en lugar de “con discapacidad física/temporal, etc”) (COCEMFE, 2018) ni desde la social o socioeconómica (alusiones a la nacionalidad, el estilo de vida okupa, el ejercicio de la mendicidad). De hecho, se hace referencia a la vida anterior de la víctima, que no del agresor (Castelló y Gimeno, 2018).
En contraste, encontramos este reportaje de otro diario digital (asociado a uno en papel, gratuito), 20 Minutos, con un tratamiento muy diferente no solo de las víctimas, sino de las mujeres y de las personas con discapacidad en relación a la violencia de género. La pieza es un ejemplo de buenos usos del lenguaje inclusivo y responsable, pero también de la contextualización y humanización del problema (CAA, s.f.) y del empoderamiento de las víctimas (WMTN, 2013-2014, y Castelló y Gimenos, 2018).
Así, podemos establecer nuestra primera norma para el tratamiento de la violencia de género en relación al lenguaje inclusivo: Hacer un ejercicio responsable e inclusivo del lenguaje que no menoscabe a la víctima por su género, clase u otros factores sociales y funcionales; y que no etiquete el caso como un problema asociado a determinados colectivos o causas socioeconómicas.
En positivo
La violencia de género tiene víctimas: mujeres y menores para los que el hecho final, bien sea el enjuiciamiento y la cárcel para el maltratador, bien sea el asesinato de la víctima, a veces no pone punto y final a su caso. En los últimos años podemos encontrar más noticias e información sobre qué hay después de la violencia de género, cómo prosiguen su vida las supervivientes o los menores huérfanos. Sin embargo, aún corremos el riesgo de convertir a las víctimas en víctimas para siempre, de unirlas de por vida a un problema extremadamente grave pero puntual, de que la mujer maltratada nunca pierda esta etiqueta. Algunas guías o medios proponen prestar mucha más atención periodística a la vida post-violencia a la que se enfrentan las mujeres y menores (CAA, s.f.). En este artículo de Canarias7 vemos cómo hacerlo combinando la experiencia de una persona con los datos agregados del informe de Fundación Adecco sobre la reinserción laboral de las víctimas.
Otras propuestas pasan por utilizar un lenguaje más empoderador con las víctimas, especialmente en el caso de aquellas que encuentran justicia en vida, usando términos como “supervivientes de la violencia de género” (WMTN, 2013-2014); o evitando perpetuar la idea de “víctima perfecta” (Castelló y Gimeno, 2018), es decir, de que la credibilidad de la víctima ha de ir unida a la aflicción por el resto de su vida.
A partir del caso compartido y de las diferentes ideas recogidas, nuestra propuesta sería: Reflejar las situaciones posteriores a la violencia de género, contando a qué problemas se enfrentan las supervivientes y cómo los afrontan, y evitando perpetuarlas en un papel de víctima por su mera condición de mujeres.
Ojo al titular
Los titulares en prensa se han convertido en objeto de polémica, especialmente con el auge de lo digital y de las redes sociales. En un maremagnum de información, datos e impactos, el titular más llamativo parece, a priori, el más rentable. Y, si este titular consigue que el usuario acceda a la noticia (¿quizá ocultando el dato clave de la información?), la rentabilidad se multiplica. Recientemente estamos viviendo casos como “La vacuna del coronavirus causa problemas a alérgicos”, en lugar de “La vacuna del coronavirus ha causado reacción en determinadas personas con alergias graves o complejas”; o los favoritos de muchos, “No te creerás lo que ha dicho Fernando Simón sobre la vacuna”, es decir, “Fernando Simón cree que todos los españoles estarán vacunados para otoño de 2021”. Pero hay más. Cuando estas prácticas de titulado, al menos cuestionables, se llevan a problemas como la violencia de género, que acarrean sus propios malhaceres comunicativos, encontramos casos como los siguientes.
Titulares surrealistas: Detenido un hombre que se encontraba escondido en el cajón de una cama nido por un delito de violencia de género (20 Minutos). Lo curioso y hasta gracioso de la detención hace sombra al problema real, el caso de violencia.
Titulares (muy) confusos: Detenido tras herir con un cuchillo a un amigo de su expareja y golpear a ésta en un piso de Bilbao (20 Minutos). Gráfico, complejo y confuso.
Titulares que confunden roles (Castelló y Gimeno, 2018): El descuartizador confeso de Vinaròs, a juicio 2 años después del crimen de su novia (El Mundo). Desconocemos si el descuartizador irá a la cárcel por su crimen contra su novia, o por el crimen que cometió su novia.
Titulares que deshumanizan (CAA, s.f.): Prisión para un ‘youtuber’ ruso por la muerte de su novia durante un directo (El País). No solo quita valor al papel del hombre en el caso hablando de una “muerte” despersonalizada de la mujer, si no que la misma queda englobada en el contenido de un directo, como si de una partida de videojuegos se tratase.
Titulares con muchas cosas malas: Piden 25 años de cárcel para un hombre por asesinar a cuchilladas a su mujer al querer divorciarse en Elche (ABC). Del genérico “un hombre”, al gráfico “a cuchilladas”, para finalizar en una razón que excusa el presunto crimen (la mujer “quería divorciarse”) (CAA, s.f., y Castelló y Gimeno, 2018).
A partir de estos ejemplos, podríamos establecer una norma para titular noticias que recojan casos de violencia de género: Titular de manera clara, evitando justificaciones, dobles sentidos, expresiones muy gráficas o situaciones que puedan restar importancia al crimen al que se hace alusión.
Hablar con quien sabe, no con quien cree saber
“Era un hombre muy normal, siempre saludaba”. Esta cita, convertida casi en una frase hecha del castellano, ha formado parte hasta hace muy poco de muchas de crónicas sobre casos de violencia de género (y sobre asesinatos, secuestros y demás delitos), normalmente en boca de una vecina o vecino que, para su sorpresa, se entera del último caso en el momento en el que se lo cuenta el reportero. Entidades como el Consejo Audiovisual de Andalucía (CAA, s.f.) o Radiotelevisión Española, en su último manual de estilo (CRTVE, 2010), además de guías como el Manual de estilo para el tratamiento de la violencia machista (Castelló y Gimeno, 2018) nos advierten contra el peligro de estos testimonios, voces no autorizadas ni especializadas cuyas declaraciones pueden verse influidas por muchos elementos: la inducción del propio periodista, una experiencia parcial basada en gestos cotidianos, una mayor o menor simpatía por el agresor y la víctima, o incluso la búsqueda de notoriedad.
Para ilustrar esta práctica nos gustaría, sin embargo, compartir dos buenos ejemplos: piezas que acuden a voces capacitadas y expertas en el tema, como las juezas de violencia de género, en este artículo de El Confidencial, o policías de la Unidad de Atención al a Familia y Mujer (UFAM), en este video reportaje de El País.
A partir de ellos, podemos establecer nuestra norma para el tratamiento de la violencia de género: Recoger voces autorizadas y que ayuden a contextualizar el caso y el problema con información de valor, prescindiendo de testimonios que no aporten a la noticia.
Números por vidas
Deshumanizamos cuando convertimos las crisis en rutinas, cuando los hitos dejan de impresionarnos. Ante un fenómeno como la violencia de género, esto ocurre cuando convertimos a las víctimas en simples números, por ejemplo. Es cierto que diversos manuales o expertos (CAA, s.f., Castelló y Gimeno, 2018; o Martín-Murillo et al., 2011) recomiendan contextualizar los casos de violencia machista en una realidad más amplia, la de un mundo en el que hay mujeres que sufren violencia por el hecho de ser mujeres. Pero también nos advierten del efecto deshumanizador, narcotizante (CRTVE, 2010) y negativo para la percepción social del problema que tienen el abuso de los datos, la despersonalización de los casos, y las formas como “una víctima más”.
Un ejemplo de este último caso es la siguiente noticia de RTVE: El asesinato de una mujer en la provincia de Pontevedra eleva a 42 las víctimas mortales de la violencia de género en 2020. El caso de violencia machista se convierte en uno más, la víctima, en la que suma 42. Aquí nos podemos plantear la pregunta de ¿cuál es la noticia? ¿Que se ha producido un asesinato por violencia de género en Pontevedra o que llevamos 42 víctimas mortales por este tipo de violencia en 2020? Si accedemos al cuerpo, vemos que ambas informaciones se entrelazan, si bien la descripción del caso concreto queda relegada respecto a las 42 víctimas o a las condenas públicas de miembros del gobierno.
Los números son aliados para contextualizar, pero también abstracciones que nos pueden alejar de todos los elementos que acarrea y rompe un solo caso de violencia machista: una vida, una judicialización, familias, allegados, en ocasiones incluso menores a cargo. Y no solo eso, también un problema social y cultural. En esta noticia de Noticias de Navarra, por ejemplo, se refleja un informe del Instituto Navarro para la Igualdad/Nafarroako Berdintasuneko Institutua (INAI/NABI), pero de repente los casos de violencia de género pasan a ser números, porcentajes, crecidas y subidas respecto a hace 4 años, sin ningún análisis cualitativo que permita comprender la situación. Diario de Almería parece ir más allá en su noticia La segunda ola de la violencia de género, que ante-titula con esta suerte de teletipo: “Los casos activos pasan de 1.616 en 2015 a los 2.348 de este año. 15.688 expedientes en VioGén desde julio de 2007. 35 mujeres asesinadas en la provincia desde 2003.” Sin embargo, en el cuerpo de la noticia intenta desarrollar una crónica sobre cómo han afectado la pandemia de la COVID-19 y su confinamiento a la situación de las mujeres y, sin paliar un uso excesivo de las cifras y porcentajes, sí consigue contar iniciativas como la Mascarilla 19 o el sistema VioGén.
Un caso en apariencia diferente es el artículo de ABC el pasado 25 de noviembre, en la que repasa, nombre por nombre, edad y fecha, a las 52 víctimas de la violencia de género en Castilla y León desde 2003. Nombres que añaden el adjetivo “humana” a cada víctima pero que, en definitiva, no deja de funcionar como si de números se tratase. Números -en este caso, nombres- que se apilan uno sobre otro y pueden no reflejar la profundidad real de un problema.
Tras estos casos, proponemos nuestra última norma para el tratamiento informativo de la violencia de género: Contextualizar cada caso en el problema global de la violencia machista, pero evitando el abuso de cifras o listados, es decir, de lo puramente cuantitativo, para atajar también la problemática social y cultural de esta violencia.
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