Hoy no me enfrento a los miedos de siempre, y puede que tampoco a los de hace un año, o seis meses.
Aquí ya soy alguien, ahora que no me importa serlo o no serlo. Allí soy más cuanto menos me lo planteo.
Dentro sigo pensando que soy menos de lo que me gustaría, pero soy más que nunca.
Hoy no me enfrento a los miedos de siempre. Ahora son diferentes, más intensos pero menos espeluznantes. Son punzadas de terror que se van al encender la luz. Son fobias que desaparecen al entenderlas. No suelen hacerme llorar, la angustia ya no da para tanto.
Hoy no me enfrento a los miedos de siempre. La situación ha cambiado. La vida ha cambiado. Ellos han cambiado... ¿y por qué iban a hacerlo? La situación ha cambiado, la vida también, pero ellos probablemente sigan siendo los mismos de siempre: ellos, los de siempre.
Hoy no me enfrento a los miedos de siempre. Tampoco lo hago con las armas de siempre. Ni con la fuerza de siempre. Ni con las ideas de siempre. De hecho, ni siquiera los enfrento siempre. ¿Por qué? Porque hoy no soy el de siempre.
Puede que sencillamente nunca haya habido un "alguien de siempre", sino un alguien que vive hoy, que recuerda el ayer y piensa en el mañana, pero que lo hace hoy, y lo hace intensamente.
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