En este cuento no aparecen sapos o ranas... de hecho no hay príncipe o princesa, y mi propia conciencia niega que haya bruja. En este cuento hay mentiras y traiciones, decepciones, que, no obstante, quedan ensombrecidas por la tristeza. Simple y llana tristeza.
En este cuento había recuerdos que agitaban el estómago, personas demasiado inocentes o quizá demasiado pérfidas, palabras preciosas a la vez que vacías, y frases pobres pero enriquecedoras. Había dos personas, que no eran nada ni llegarán a serlo, pero que durante un segundo son protagonistas de este cuento.
Había un mundo de falsos espejos, sonrisas ennegrecidas e hipocresía marchita. Un mundo del que todos los personajes formaban parte. No sé que más había, cual era el leit-motiv de este cuento que ni es de amor ni es de desamor, que ni es drama ni es comedia, porque simplemente acaba en pena.
Había un ceniciento al que llamaban brujo, un rey sin corona que se temía a sí mismo y, ah, un caballero temeroso que confiaba en la persona equivocada. Había verdades escondidas tras las esquinas, y mentiras que llovían intensamente.
En este cuento sólo hay una moraleja. Que el que no es listo pierde. Y te perdí, quizá para no recuperarte jamás. No importa, pues al menos estoy tranquilo, de que jamás volverás a intentar creer una mentira sobre este ceniciento con fama de brujo.
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