Podríamos definir el periodismo de investigación como el ejercicio periodístico que busca y profundiza en la historia tras un tema de interés público, ocultado deliberada o accidentalmente. El trabajo periodístico de investigación se sirve de las fuentes, los datos y otras herramientas para contar una historia en profundidad, analizando, chequeando y contextualizando los hechos de forma organizada, ética y fiel a la realidad, con el objetivo de ofrecer al público una información veraz que contribuya a la democratización de la información. Todo ello mediante un proceso abierto, transparente y apto para la cocreación.
Para analizar buenas prácticas de periodismo de investigación, he decidido elegir tres casos: dos españoles, de finales del pasado siglo y del actual, y uno internacional.
Caso 1: Investigación made in Spain más allá de los GAL
El 12 de febrero de 1992, el diario El Mundo titulaba en portada “De la Concha engañó a la Comisión de Valores para encubrir a Rubio y Boyer”. Esta noticia dio inicio al llamado Caso Ibercorp, uno de los grandes casos de corrupción en la España de los 90 y un hito en el periodismo de investigación del país, que en solo unas décadas de democracia se había adjudicado investigaciones como la de los GAL. Los periodistas Jesús Cacho y Casimiro García-Abadillo llevaron a cabo este trabajo que, con el tiempo, afectó a algunos de los principales representantes de la nueva alta sociedad española y al -decían algunos, todopoderoso- gobernador del Banco de España, Mariano Rubio.
El Caso Ibercorp se dio en un momento de bonanza económica y estabilidad política, y estuvo protagonizado por el ex-síndico de la Bolsa de Madrid, Manuel de la Concha y su socio y ex-consejero delegado del Banco Urquijo Jaime Soto. Todo comenzó, precisamente, con la compra de una filial de esta entidad financiera, Sistemas AF, que fue sacada a bolsa y reconvertida en una sociedad tenedora de acciones llamada Sistemas Financieros, controlada a su vez por el Grupo Ibercorp. En junio de 1990, SF compró las acciones de un selecto grupo de ciudadanos en el que se incluían políticos, empresarios y otros miembros de la alta sociedad, entre los que se encontraba el gobernador del Banco de España, Mariano Rubio. Lo hizo por el 958% de su valor. Poco tiempo después, las acciones de la misma empresa caían en más de un 440%, provocando la ruina a la mayor parte de sus inversores.
Ante las peticiones de más información de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, Sistemas Financieros y Manuel de la Concha proporcionan una lista de los beneficiarios de la compra falseada e incompleta, hasta que El Mundo desveló que entre los beneficiarios se encontraban figuras como el ex-ministro de economía Miguel Boyer o el propio Mariano Rubio.
¿Por qué el Caso Ibercorp?
Leyendo material para este práctica, encontré una cita -que no guardé- que decía algo así como “El periodismo de investigación en España murió con el final del gobierno de González”. Una aseveración excesiva, bajo mi punto de vista, pero que habla de una época en la que el periodismo de investigación se desarrolló en nuestro país. El primer gobierno largo de la democracia, en una situación de bonanza económica, terrorismo y mirada internacional, parece un campo de cultivo perfecto para el escándalo, la ocultación y la investigación. He seleccionado el Caso Ibercorp precisamente por lo bien que representa esa España.
Los periodistas de El Mundo buscaron y encontraron información que afectaba directamente a un grupo de personas, tan admiradas como criticadas y, especialmente, a una figura que despertaba tantas simpatías como animadversión: Mariano Rubio. Lo hicieron con una investigación rigurosa a partir de un caso concreto, pero que luego se extendió involucrando a más personajes y desmontando futuros movimientos empresariales y financieros de los implicados. De hecho, años más tarde, el caso daba un paso más cuando el mismo diario reveló la cuenta secreta de Rubio en Ibercorp, una situación similar a las que después se supo que tenían otros empresarios y políticos. La cuenta de Rubio, en concreto, tenía un valor de 130 millones de pesetas no declarados a Hacienda y ubicados en Suiza.
El resultado de esta investigación no solo cambió el futuro de figuras relevantes del sistema político y económico español, sino que se sumó a otros casos de corrupción del Estado y del sistema. El mismo periódico El Mundo saca pecho al hablar de cómo, en mayo de 1994, “el garante de la limpieza en el sistema financiero, el hombre que había participado en la negociación del Tratado de Maastricht, entraba en prisión”. Precisamente por la relevancia del caso en su día, El Mundo ha hecho público a lo largo de los años diversos detalles sobre cómo se llevó a cabo la investigación, o qué tipo de presiones se recibieron una vez iniciada.
Rubio no fue a prisión, puesto que su imputación en el Caso Ibercorp fue anulada y derivada a un nuevo caso -más pequeño-, el Caso Rubio. Murió antes de ser procesado, pero una comisión del Parlamento nacional concluyó que el ex-gobernador se había enriquecido ilegalmente y mentido al Congreso. En cuanto al resto de implicados, no fueron a prisión puesto que se declararon culpables y negociaron otras penas.
Este caso es, según autores como Güell (2004), uno de los impulsores de la renovación política y de la reforma del Código penal que, en 1995, recogió el tráfico de influencias como delito.
Caso 2: Cuando una buena investigación destapa una mala investigación
Autismo y vacunas, dos temas tan populares como -cada vez menos- desconocidos que, en 1998, se convirtieron en el campo perfecto para una falacia periodística. El investigador británico Andrew Wakefield publicó en el prestigioso medio The Lancet una aseveración reproducida durante los años posteriores: la vacuna triple vírica contra el sarampión, las paperas y la rubeola parecía estar directamente relacionada con el autismo infantil. Con su artículo, que reflejaba ciertos miedos ya extendidos entre determinados grupos de población, Wakefield instauró un debate entre la opinión pública que, sin embargo, nunca fue refrendado por la comunidad científica.
En 2004, el periodista de investigación Brian Deer, también británico, comenzó a publicar una serie de artículos sobre este tema, que se extendió 6 años en el tiempo y fueron ampliados en el libro “The doctor who fooled the world”, de 2020. En sus artículos en The Sunday Times, y después en la publicación médica The BMJ, Deer exponía cómo la investigación de Wakefield estaba repleta de evidencias manipuladas, e incluso mostraba un claro conflicto de intereses. Consideraba, de hecho, que el artículo y la investigación eran un “fraude” que, además, podía haber causado un daño a la salud de los menores y a la concepción pública del autismo.
En 2004, The Lancet se retractó parcialmente del artículo. En 2010, Andrew Wakefield fue retirado del registro británico de médicos y el medio se retractó totalmente de la publicación realizada 12 años antes.
¿Por qué Deer vs. Wakefield?
Antes de “The doctor who fooled the world”, el documental “MMR: What they didn´t tell you”, the Channel 4 llevó la investigación de Deer a la televisión en el año 2004. Este salto a la pequeña pantalla contribuyó a contrarrestar la ola desatada por el artículo original de The Lancet, y dio volumen a la voz y la investigación de Deer. Conocí el caso hace unos meses gracias, precisamente, a este documental -disponible en Youtube-, y tras leer más sobre el caso para realizar esta práctica, descubrí que Deer había llevado a cabo una larga investigación durante más de 6 años.
Con un método que trata de contrarrestar la supuesta investigación científica de Wakefield, buscando evidencias contrarias y recurriendo a testimonios -incluso a los del propio Wakefield-, Brian Deer realiza una investigación que detalla en el libro “The doctor who fooled the world”. Su trabajo sobre la vacuna triple vírica ejerce una suerte de contrapoder periodístico, enfrentando la información con más información, la investigación con más investigación. En su ejercicio del periodismo, Deer deja en evidencia al propio periodismo (Hunter, 2012) que había dado pábulo a la investigación de Wakefield, desde el propio medio médico The Lancet, hasta los medios de masas que, durante años, perpetuaron el debate -como vimos, casi inexistente entre los profesionales- en la esfera pública. Es precisamente esta investigación que desmonta una investigación lo que hace tan interesante este caso.
Pero también lo son sus consecuencias. Algunos reportes achacan una reducción o retraso en la vacunación de los niños. El Gobierno británico habla, por ejemplo, de una caída de la vacunación en los primeros años de los 2000 debido a “una conexión no probada entre la vacuna triple vírica y el autismo”. Relacionan estas faltas en la vacunación con la máxima incidencia del sarampión en 18 años, que el país registró en 2013.
Aunque el considerado fraude médico aún es citado, en ocasiones, por movimientos antivacunas, el trabajo de Deer no solo desmontó una mala praxis médica. También sacó los colores a un periodismo que había seguido a pies juntillas las teorías que, respondiendo a ciertos miedos colectivos, parecían más fáciles de creer y hacer creer.
Caso 3: Anne Aplebaum, el Pulizter y los gulags
En abril de 2004, la periodista Anne Aplebaum ganaba el Pulitzer en la categoría general de no ficción por “Gulag: Historia de los campos de concentración soviéticos”. Un premio en una categoría no periodística para una obra que, sin embargo, puede tener mucho de periodismo de investigación. Aplebaum dedica más de 600 páginas a indagar en los campos de concentración del régimen soviético, con el estilo periodístico propio de una figura que había trabajado en The Economist y en el Washington Post, entre otros. Y lo hace partiendo de dos características del periodismo de investigación: la de hablar de los temas ocultados, accidental o deliberadamente, y la de buscar la historia más allá de lo estrictamente noticioso (Rovira) o actual (Hunter, 2012).
En “Gulag”, analiza los pormenores del sistema de retención y concentración de la URSS en el momento más convulso del siglo XX. Para ello, se sirve de diferentes archivos, estudios, memorias y testimonios, muchos de ellos no publicados hasta la fecha. Y lo hace con una recreación que deja poco espacio a la ficción, analizando no solo la vida en los campos de concentración, sino las causas y consecuencias políticas de la represión soviética y de este sistema, en particular.
¿Por qué “Gulag”?
Esta decisión no me ha resultado fácil. Leí el libro hace poco, y he dudado de si incluirlo entre las muestras de buen periodismo de investigación, precisamente, por tratarse de una obra literaria. El carácter y estilo periodístico de la obra y la experiencia de Anne Aplebaum me parecían casi suficientes para considerar a “Gulag” una obra de investigación periodística, pero fue cómo cumple con dos aspectos determinados lo que me animó a incluirlo en esta práctica.
Por una parte, Jānis Kārkliņš en Hunter (2012) nos habla de los temas social, cultural o mediáticamente ocultados, ya sea de forma accidental o deliberada. Antes de leer “Gulag”, buena parte de los comentarios que consulté se referían a cómo la represión criminal soviética está mucho menos representada en el imaginario colectivo que otras de similar peso histórico. De hecho, es una de las reflexiones con las que Aplebaum comienza su obra: ¿hemos ignorado sistemáticamente lo peor del régimen soviético? A lo que añadiría: ¿lo hemos hecho por mera ocultación social, cultural o mediática, o por la crueldad con la que otros regímenes atacaron a personas que nos son histórica y geográficamente más cercanas? Sea como sea, y más allá de las diferentes opiniones o causas de esta ocultación de la criminología soviética, “Gulag” se introduce en un problema ocultado y lo analiza a fondo desde dentro.
Lo hace no solo con un problema ocultado, sino también con un problema pasado. Hunter hace referencia al yugo de “lo noticioso”, de “lo inmediato”, y Rovira a como a veces el periodismo de investigación va más allá, y busca las historias en noticias ya pasadas, o incluso en hechos que no fueron noticia. Esto lo refleja “Gulag”, una obra que llegó en 2003, décadas después no solo del fin oficioso del Gulag, sino del desmantelamiento definitivo del sistema promovido por el gobierno de Gorbachov. Applebaum nos habla de víctimas y verdugos que, con toda probabilidad, habrán fallecido. Pero la influencia histórica del hecho analizado lo convierte en una obra relevante décadas después. Especialmente en un momento en el que el clima político y social a nivel global nos hace mirar nuestra historia con menos autosatisfacción o superioridad que hace solo unos años.
Respecto a otros aspectos como la metodología o transparencia, Applebaum realiza en Gulag un análisis minucioso y detallado del hecho, sin ocultar su clara intención de mostrar la cara oscura del comunismo que, sin duda, puede estar influida no solo por su amplio conocimiento del campo, sino también por sus orígenes culturales y sociales. Pero el periodismo de investigación, nos dice Artigas, no ha de ser objetivo, sino respetuoso con el lector y con los hechos pese a ponerse “de parte de”.
Por último, si bien no podemos hablar de unas consecuencias directas derivadas de “Gulag”, el lanzamiento y la premiación del libro sí consiguieron situar el debate sobre la memoria soviética en el ojo público, convirtiendo además a Applebaum en una figura más conocida. Y, aunque el debate se apagó, el mero hecho de que nos planteemos cómo podemos ocultar o pintar sobre nuestra historia es una consecuencia relevante.
Referencias
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